jueves, 29 de marzo de 2007

Carhue Cuarenta

Carhué cuarenta.


Es uno de esos bicharracos que se paran en los postes, de esos que se ven a la alambrada de las chacras o al borde de la ruta, en los caminos negros y los de tierra seca también. Se ven desde el auto. Un vidrio de amarillo verde celeste y el camino negro. Se ve que rapiña, siento acecho de ver tamaña mirada, tranquila, resuelta, natural, profunda. Son esos bichos que tienen ojos tan al frente y profundos como buscadores de aire…
esperando en el poste, viendo al frente y a todos lados. Un globo antagónico refleja todo lo que sucede afuera y afuera esta este bicho que espera ver este otro que come la semilla seriada en el borde. Esos granos que caen de bolsas, a veces brotan ahí al borde del camino negro, en la línea que forma el camino negro. Ahí están, creciendo o no como advertencia y como trampa. El del poste espera, profundo, resuelto, lánguido, satisfecho. Esos bichos parecen que andan de a uno, uno por poste. Se ven desde el auto, cuando pasás se ven. Los otros se acercan y morfan del borde y salen del borde apenas te escuchan, hay otros que se enteran tarde, o se aturden, o se entregan: ahí baja el de ojos profundos, baja del poste. Arranca tejidos que deglute. Esa es la espera. Y es cuestión de tiempo. Eso lo sabe. Advierte esta trampa y sabiéndolo espera, sabe que es cuestión de tiempo y que pasa ahí, justo al borde del camino negro. Espera. Lo sabe desde el poste, lo sabe y espera. Es cuestión de tiempo alguno siempre se descuida y desde el poste miran porque ya saben que le pegaste, herido rueda y después, el del poste… Baja el del poste y estira hasta cortar la cuerda, la línea tejido, la cuerda sangre que deglute. Es el tejido sobre el tejido. Es el hilo en ovillo y seguir descubriendo que es cuestión de tiempo y esto él lo sabe. Los tres ojos, la semilla y el tiempo. El ojo poste, el del descuido acechar y el de la conciencia. La semilla que crece, la que viaja y la que comen los del acecho al descuido, los del sin tiempo, los aturdidos.
Lo ves bajar, allá adelante, estirando tejidos que ceden, que se cortan, con el pico arranca de sus patas a uno que se entregó por descuido, o se enteró tarde, o se aturdió, o sin tiempo quedó.  
La mayoría sale apenas te escuchan venir. Salen del borde, se escapan de las semillas. Pero hay uno que se aturde, sin tiempo desespera. Depende del camino negro del hombre por dónde el grano seriado viaja. De la bolsa se cae. Se aturde porque no te ve venir. Si les tocas la bocina te escuchan antes, y te atienden porque sos el riesgo. Esos pajarracos no son boludos, pero alguno se pierde o se aturde o se entera tarde o por descuido…

Damián 23 de agosto de 2005

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